¿Enfermedad holandesa o enfermedad venezolana?

Por: Carlos Miguel Aizaga

Imagine por un momento que se gana el premio gordo de la lotería, lo más seguro es que cambie su estilo de vida, y con él, sus hábitos de consumo. Teniendo a disposición tanto dinero, la decisión no se basará en consumir medio kilo de carne adicional, o comprar un nuevo cepillo dental, lo más probable (en ausencia de férrea disciplina y/o educación financiera adecuada) es que termine destinando grandes sumas de dinero a bienes y servicios de lujo, (carros, mansiones, chefs, etc.), a sabiendas de que es bastante probable que no gane el mismo premio todas las semanas para mantener su recién adquirido estilo de vida.

La situación anterior sirve de analogía para introducir el fenómeno económico conocido como enfermedad holandesa (o maldición de los recursos). Se trata de un término usado para describir como el mal manejo o colocación de cuantiosos flujos de moneda extranjera, producto de la exportación de un recurso natural, generan desequilibrios en la tasa de cambio de un determinado país, trayendo consecuencias a largo plazo devastadoras en la economía.

Principalmente, la distorsión comienza afectando el desarrollo de los sectores productivos de bienes transables (bienes que pueden ser exportados) descartando al sector concerniente al recurso natural. Los enormes flujos de ingresos en moneda extranjera generan una apreciación sobre el tipo de cambio, abaratando la importación de bienes transables, y, en consecuencia, actuando en detrimento de la industria que produce localmente aquellos bienes.

Además de esto, se está en presencia de un problema de desigualdad, en vista de que  una proporción de la población terminará enriqueciéndose en mayor medida del boom que el resto. Esta población, (como se explicaba en la suposición anterior), dirigirá su ingreso a bienes y servicios de lujo, más acordes con sus recientemente adquiridos niveles de ingreso. Para este rico consumidor, la importación es la opción más simple en el caso de bienes, como se explicó anteriormente, mientras que, en el caso de los servicios, lo común es que se produzcan localmente, y teóricamente, es hacia donde terminará dirigiéndose la mano de obra que se dedicaba a la producción local de bienes (desplazada por la importación barata).

 No existiría mayor inconveniente con respecto al escenario anterior, si el flujo de ingresos fuese constante a lo largo del tiempo, pero lo que tarde o temprano termina ocurriendo es que el boom del recurso natural llega a su fin. Ante este cambio, la economía se encuentra en un estado de vulnerabilidad del que le es difícil salir a raíz de la pérdida de competitividad de sus sectores productivos, consecuencia de la creciente dependencia hacia las importaciones y sumado al declive de la industria de lujo a raíz de la pérdida del ingreso.

El concepto surgió a partir de la experiencia holandesa durante los años 60, luego de experimentar vastos incrementos en riqueza luego del descubrimiento de yacimientos de gas natural en el mar del Norte. A pesar de que este fenómeno se popularizó con el caso holandés, Venezuela lleva más tiempo sufriendo sus males. En nuestro caso, los primeros yacimientos de petróleo se descubren en 1922. Para 1929 pasamos a ser el segundo productor a nivel mundial, y un año después, 90% de las exportaciones del país vienen por la vía del petróleo.

Posteriormente, en 1976 viene la nacionalización de la industria con la creación de PDVSA, y durante las décadas siguientes el país sufre directamente los efectos de la volatilidad de los precios petroleros, al no contar con industrias alternativas que respalden los periodos no favorables. Si a esto se le suma una política económica, en detrimento del emprendimiento y la iniciativa privada los efectos son aún más destructivos, ya que la dependencia a la renta petrolera se incrementa todavía más.

En lo que se refiere a soluciones, uno de los puntos con mayor nivel de coincidencia viene por la vía de la disminución de la desigualdad, medidas de pagos directos universales a la población, a manera de mitigar el enriquecimiento desmedido de los sectores que reciben mayor proporción de la renta. Otra opción de interés, viene por la vía impositiva, tasando los servicios de lujo, desincentivado la movilidad de factores al sector y buscando atenuar los efectos negativos.

No obstante, diversas investigaciones han demostrado que la inestabilidad política es propicia para el contagio y exacerbamiento de la enfermedad complicando en buena medida soluciones como las anteriormente descritas, en relación a que países que sufren esta particularidad, usualmente potencian conductas rentistas, en pro de los grupos cercanos al poder, quienes generalmente tienen el control sobre los recursos naturales.

Al final del día, además de políticas económicas sólidas (como el apego a programas del estilo de un “Fondo de Estabilización)” y un sector empresarial e industrial competitivo, la mejor recomendación se basa en redefinir las relaciones sociedad-estado, con el objetivo de generar conciencia sobre el uso y distribución del ingreso nacional.


Se hace referencia a: How Venezuela Caught an Incurable Case of Dutch Disease, Dutch disease: An economic illness easy to catch, difficult to cure y How to avoid the Dutch disease

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