Leonardo Padrón: “La desesperanza está prohibida”

Seguro de que Venezuela inició su proceso de redención, sabe que sus crónicas tienen la virtud de reflejar los acontecimientos del país. Declara que extraña la cotidianidad y que privilegiaría la dicha colectiva si, en estos momentos, le tocara crear la escena perfecta de su vida.

Por Gloria Calderón

Ajetreado, con las horas contadas. El escritor, guionista, poeta y entrevistador, entre otros oficios, tiene su mesa de trabajo “llena de cualquier cosa, menos de aburrimiento”.

Leonardo Padrón se encuentra en los preparativos de su tercer libro infantil. Y edita el séptimo tomo de Los imposibles. Está terminando de escribir una serie para Venevisión de 60 capítulos, un thriller que bautizó como “La casa cerrada”, además de estar fraguando proyectos en el exterior. También vuelca sus letras en los medios locales como El Nacional y Caraota Digital, amén de las pastillas de 140 caracteres que lanza por Twitter.

Reconoce que gran parte de su tiempo como lector y escritor “se ha desviado hacia la urgencia del país”. Quizás por eso, la tarde de mediados de febrero, posterior al apagón en Chacao que impregnó de caos a la capital de Venezuela, el diálogo se inició con el afán que le impone cumplir con todas sus obligaciones. En medio de la conversa, Mariaca Semprún, su compañera de vida, llega a casa. Se queja del tráfico terrible y pregunta: “¿hay agua?”. Padrón le responde algo que no se alcanza a oír con claridad. Mantiene la voz gutural y mente aguda que lo identifican. Eso sí, su mirada se suaviza con el ritmo del tono femenino.

“El creador siempre va a buscar una forma para que su voz no naufrague”, nos diría luego, a medida que la entrevista avanzaba. Desahogo, nostalgia, creación y esperanza fueron las estaciones de este ir y venir de preguntas y respuestas.

– El país parece estar crispado. Por ejemplo, luego de 20 años, se produjo el alza de la gasolina. Es un movimiento para la sociedad. Como cronista de lo urbano, ¿cómo crees que el ciudadano asume el aumento de un producto tan vinculado al petróleo, el cual se ha convertido en el ángel y el demonio de la economía venezolana?

– Dado que el precio del resto de los artículos están tan disparados, tan hiperbolizados por la inflación, la escasez y la especulación, siento que el aumento de la gasolina termina siendo un acto de justicia. Sigue siendo la más barata del mundo, como ya se han cansado de decir unos cuantos especialistas de una u otra orilla. Hasta ahora, no he sentido molestia. Obviamente, la gente tiene que recodificarse en su gesto cotidiano de cómo pagarla, porque antes lo hacía con lo que encontraba en el borde del carro o su bolsillo. El menudo servía para pagar, nada más y nada menos, lo que hace que te movilices en el país. Tener el mismo precio desde hace 20 años era un desatino monumental. Era la demostración de uno los grandes cánceres de este país, que es el Estado paternalista. Más bien, a mí me había parecido demasiada cobardía del Gobierno el tardarse tanto tiempo en aumentar la gasolina.

– En los últimos tiempos te has dedicado a relatar lo cotidiano de Caracas y esta tierra. En 2015 presentaste tu libro de recopilación de crónicas Se busca un país. ¿Cómo es esa nación que persiguen los venezolanos y, en particular, la que tú deseas?

– El 6 de diciembre pasado ocurrió un acto de sensatez masiva. Fue una primera campanada del país que busco yo y millones de venezolanos. Un país distinto al que propone el gobierno actual. Un país muchísimo más cercano a la coherencia, al respeto a los derechos humanos, a la libertad de expresión. Sobre todo, uno que coloque en sus roles principales a gente que esté realmente calificada. Una de las cosas más evidentes que ha ocurrido en estos 17 años es que el desprecio por la meritocracia ha sido uno de los factores fundamentales para quebrar al país.

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